MI CUADRILLA DESDE EL ANTIFAZ, POR JAVIER PINA


Queridísima Cuadrilla, queridísima Familia:
Hace unos días Manuel  (Traspo)  me sugirió que estaría bien compartir con ustedes, mis vivencias del pasado Martes Santo y haciendo caso de dicha sugerencia me puse a ello. Con su permiso y el vuestro, empezaré un poco antes.
               La decisión de no sacar a la Virgen fue casi lo más fácil, ya que era evidente que no podía, si algo tengo claro a la hora de meterme debajo de un paso, es que hay que estar al cien por cien por respeto  a lo que llevo, a la gente de abajo y por supuesto al capataz.
Una vez tomada esta decisión tocaba otra, qué hacer el Martes Santo; pensé varias opciones y creo que tome la más correcta, vestir la túnica nazarena, aunque me hubiese gustado también estar más cerca de vosotros, siempre o casi siempre tuve claro que si no podía ir debajo vestiría la túnica. Tal vez Ella poniéndome una piedra más en el camino, quiso que así fuera.
Conforme se acercaba la fecha iba siendo peor; los ensayos y en ellos una sensación muy extraña, el veros a todos allí dónde nos gusta; en los soportales, haciéndoos la ropa, fajándoos, vistiéndoos y yo como mero espectador; había muchos momentos de respirar hondo y tragar saliva.
Si no recuerdo mal, en el último ensayo Traspo hablo conmigo, por si me veía capaz de hacer el traslado de la Virgen a su paso, que le tocaba a la 1ª y yo era, soy de la 1ª; con un nudo en la garganta le dije que sí, que me encantaría. Ese traslado fue muy emocionante y especial, el equipo, mi 1ª y creo que toda la familia me daba la oportunidad de sentir cerca a la Virgen, de disfrutar de Ella, y de mis compañeros de trabajadera. Fue un momento duro, de contener las lágrimas; a pesar de que la iglesia estaba llena, para mí solo estaba la Virgen, mi 1ª y yo. Quería quedarme con ese momento, parar el tiempo, que los segundos fuesen minutos y quedarme con ellos, esa noche me hicisteis muy feliz, me fui a casa lleno de Virgen y de ustedes.

El retranqueo fue otro momento duro, pero precioso, ver el paso levantar o mejor dicho intuirlo, porque lo hicisteis con tal delicadeza, que apenas se notaba que estuviese levantando. Luego, esa forma de andar con la Señora, sencilla, fina, elegante, se puede hacer mejor o peor, pero creo que con más gusto y cariño a la Virgen y al oficio, no. Tras esas dos delicadas revirás, una arriá de las de ustedes, de las que en cada chicota tenéis que buscar; “se posa” y dice bien porque a la Virgen no se le tira, se posa suave y sigilosa sin que se note. En mi cara se esbozaba una sonrisa de satisfacción, porque aunque desde fuera, yo me sentía parte de ello; entre la emoción tuve un segundo para mirar la cara de la gente de alrededor y estaban muchos como yo, sentía a la Virgen por medio de vuestro trabajo, y eso es algo muy grande.

Lo más duro estaba aún  por llegar, y casi sin darme cuenta, llegaron las vísperas, y tres túnicas colgadas en casa de mis padres, cada vez que entraba ni las quería mirar, normalmente la escena en las vísperas era distinta, dos túnicas y una ropa o una molía, esta vez eran tres túnicas y la mía no quería ni verla, y eso que soy un enamorado de esta túnica, pero me traía recuerdos  ya casi olvidados, en los que mis deseos de ser costalero podían a la túnica y a la juventud, tanto que durante los dos años que me costó convencer de que estaba preparado, mi túnica se convirtió casi en una cárcel y el antifaz en sus barrotes por donde con “envidia” veía costaleros y aunque con el antifaz se ve más luz que abajo, prefiero la oscuridad de nuestro mundo, porque cuando las cosas se hacen de verdad allí abajo, hay más luz que fuera, y emana hacia el exterior llenándolo todo.

Llegó el Martes Santo y en mi caso, es un día lleno de esas tradiciones o rituales no escritos más que en el corazón y en la mente, escenas que casi idénticas y casi sin querer se repiten en casa. Por primera vez vestíamos la túnica tres miembros de mi familia, por primera vez en mi casa, nos vestimos con el Santo Habito Nazareno y también nos dirigíamos andando a Capuchinos, los tres en fila uno tras el otro, fueron momentos preciosos,  casi sin palabras, porque en esos momentos sobran.
Tenía un par de opciones por donde ir al convento, las dos casi idénticas en distancia, pero sentí  la llamada, “vuestra llamada” y tenía que acudir, quería veros sin ser visto en los soportales, entre lagrimas pude ver a algunos de vosotros haciéndose la ropa y de mi corazón salió un beso, cargado de fuerza por si os podía ayudar en algo.
Dentro de la Iglesia, no me atrevía a mirarla, quizás por cobardía, sabía que si lo hacía me derrumbaría, pero era imposible, cómo no la iba a mirar y cuando la miraba solo aguantaba unos segundos, porque mis ojos se inundaban.
No sé  cómo ni porqué, pero intuí el momento en el que entrabais en la Iglesia; “las cosas de la Virgen”.
Durante todo el tiempo en la Iglesia, mi corazón era una montaña rusa lleno de cambios de ritmo. Os miraba desde mi antifaz alrededor del paso, con envidia sana, estaba nervioso, pero una cosa tenia clara Ella iba a estar en las mejores manos y en los mejores cuellos en los que podía estar, en los de su familia, que en la circunferencia perfecta de Su Nombre nos ha unido y ganado un trocito de vuestros corazones.
Poco a poco se formaba el cortejo, hasta que llego el momento en el que tuve que ocupar mi posición en él; me cruce con uno de vosotros y por instinto le cogí el brazo y se lo apreté, no pude evitarlo, y creo que me reconoció; otro de vosotros me dio una estampa que arrancó aún más lagrimas y que durante toda la estación de penitencia fue en mi pecho. Justo antes de empezar a andar la mire y le pedí que os cuidara, iluso de mi, ¿habrá un sitio más seguro que debajo de Ella? Aún seguía inquieto, nervioso, el aire fresco al salir por la puerta me alivió, pero el gran alivio y tranquilidad vino cuando llegue al primer punto de relevo, allí todos los que estabais teníais la cara llena de ilusión y una sonrisa, señal de que todo iba bien. Además, desde el sitio que me toco ocupar en el cortejo, alguna vez oía el martillo y el “a esta es” y no os exagero, que en casi todas oía las levantás; oía como recibíais, ese sonido que tanto nos gusta. Aunque iba metido en mi mundo, observaba algunas caras de los que miraban a la Señora y a vuestro trabajo, caras en las que se veía que le llegaba vuestro trabajo, muchas sonreían, como diciendo que bien, otras de admiración, otras contemplativas y en ello tenéis parte de “culpa” por vuestro trabajo serio y por derecho.
 La plaza del Arenal fue otro punto fuerte, la gente no le quitaba la vista a la Virgen ni al paso y suena el aplauso e imagino que la volvisteis a liar, en vuestra revirá.
En la Catedral ya no pude más y en un momento tuve que girar la cabeza un poco y mirarla, os vi caminar con Ella, todos mis bellos de punta.
Otro momento que tengo grabado es Gaitán, oír la levantá, las marchas, el silencio de la gente y los mandos, siempre justos y acertados y dando ese puntito de animo a su gente.
Ahí estáis, consiguiendo para mi humilde opinión calidad y cuando eso pasa todo se transmite y acompaña, el público se calla y disfruta.
Llegamos al Templo de recogía, y desde los pequeños cristales de la puerta observe como una luz se acercaba, vi esa última revirá en la calle y de nuevo todo se estremeció dentro de mí, paso por delante  mía, toque su respiradero, para mi comenzaba una cuenta atrás.
Gracias Traspo, por ese detalle que año tras año,  tienes para con los hermanos parando a la Señora en los medios y dedicándoles la última levantá a todos los hermanos, ese día comprendí que significa, la disfrute como si yo hubiese empujado.

Cuidad y disfrutar lo que tenéis, porque no se sabe cuánto puede durar y sobre todo cuidaros vosotros.
No perder ese oficio, el amor que le tenéis, ni la humildad, ni el compromiso, ni la obediencia, son vuestras principales virtudes y creo que las fundamentales para un costalero, sin ellas no seriáis “La Familia”.
Un abrazo en María Santísima.



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